Cusco y Montañas de Colores
Por fin llegamos a Cusco y, lo primero que hicimos además de ir al baño, fue tomarnos un tecito de coca - de la planta, no del refresco. Y sí que hacía falta para reponernos de una muy corta caminata cargando maletas al hotel a varios miles de metros de altura. Después de eso a pasear. ¡Y qué bonito pueblo!
Super pintoresco, con pequeñas calles empinadas llenas de vida, con secciones muy verdes por la humedad, y otras 100% coloniales. Eso al menos el centro histórico, donde nos alojamos. El resto de la ciudad realmente no lo conocimos. Y desde Cusco hicimos varios paseos impresionantes, siendo el más importante la ida a Aguas Calientes para conocer Machu Picchu y Huayna Picchu. Los otros paseos, también impresionantes, fueron a las montañas de colores, Ollantaytambo, y algunas ruinas y pueblos que no recuerdo sus nombres pero que tenían vistas de la naturaleza y de ciudades y templos olvidados impresionantes.
¡Y ni se diga de la comida! Como el cuy empalado que veíamos en las carreteras a cada rato, aunque nosotros lo probamos en Cusco, sin estar ensartado pero igual de curioso. E igual que con los tacos de pato del Hunan en el DF, nos llevaron al pobre cuyo rostizado completito para que lo conociéramos antes de ser descuartizado, y de que lo comiéramos con las manos. Sabroso.
Para llegar a las montañas coloradas salimos a las 4am de nuestro hotel, conducimos, o nos condujeron unas tres horas hasta que estuvimos a casi 5 mil metros de altura pasando por valles y ríos muy similares pero más altos y extensos a los que visitamos en Escocia unos años antes.
En el camino vimos cientos de llamas y alpacas pastando en los inmensos campos, que nos recordaron al magnífico libro de Lituma en los Andes de Vargas Llosas, que es tremendo para conocer la idiosincrasia, creencias y desarrollo de la zona. Pero también vimos demasiada pobreza, igual que en el libro, y a la que nos acostumbramos a ver en este lindo país.
Pero ya que llegamos a la "base" de las montañas, nos tocó caminar lo que pareció una eternidad, aunque probablemente fueron solo dos horas para subir al pico de la montana. Es curioso ir a este sitio, porque hasta hace unos siete años no existía. O bueno, existía pero era inaccesible, pero el cambio climático ha ido derritiendo los glaciares que lo cubrían y ahora es una atracción turística más. #somospartedelproblema #thanoswasright
Pero ya que estábamos ahí, pues a disfrutar la caminata y la vista. Subimos y subimos. Caminamos y caminamos. Yo sentía que me ahogaba, incluso teniendo una gran condición física, mi té de coca y algunos snacks. Pero la falta de oxígeno en esa altura me puso las uñas moradas y la piel entre pálida y azul, pero finalmente y con mucho esfuerzo, llegamos al punto máximo de las montañas. Ahí nos esperaban un par de llamas disfrazadas pa las fotos, y cientos de turistas tomándose selfies con los siete colores de los minerales que forman la montaña, y con las llamas que pasan el día comiendo y cobrando propina.
Y en un abrir y cerrar de ojos tuvimos que regresar a nuestra camioneta, donde encontramos un niño de unos diez años vomitando como gato porque no se pudo ajustar a la altura. Yo no podía parar de reír de sus arcadas, pero tenía que disimular un poco para no hacerlo sentir peor. Y así regresamos a Cusco, desde donde empezamos un nuevo viaje, esta vez a Machu Picchu, pero de eso les platico otro día.
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