Elefantes Thai

Nunca imaginé que los elefantes fueran tan peludos y, más que pelos, tuvieran púas o lijas por todas partes. Nunca se me había ocurrido hasta que montamos a Chancha, la elefante chencha en un santuario de Tailandia. En realidad no se llamaba así, pero creo que le queda bien el nombre. Chancha es el único animal con el que nos hemos hemos tomado fotos en nuestros viajes, y con la que hemos hecho cosas turísticas además de montar camellos en el desierto de Zagora y tomar un par de fotos a unas llamas en las montañas de colores en Perú. Esto lo hicimos porque visitamos un santuario donde efectivamente cuidan a los elefantes, y donde los rescatan de otros centros donde viven con mucha crueldad. Al menos eso nos contaron.

Y antes de contarles de esta cochina y elefantuda expedición, vale la pena hablar un poco de porque evitamos estas atracciones. 

A muchos de los elefantes que tienen en las atracciones más comerciales les ponen sillas en la espalda para que sus viajeros vayan cómodos. Sin embargo, lo único que esto logra es perforarles la piel de la espalda e incluso deformarlos, llenarlos de infecciones y en general tener una mala vida. Estos elefantes de circo o de paseos comerciales crecen atormentados para ser amaestrados, y literal torturan a las mamás elefantas golpeando, quemando y electrocutando a sus crías.

Hay otros lugares que tienen tigres que son constantemente drogados y a los que les quitan las garras y colmillos, changos que son encadenados y golpeados para tenerlos amaestrados, entre otros animales que tendrían que estar en la naturaleza siendo salvajes. Por eso siempre evitamos interactuar con ellos y mucho menos pagar para una foto, acariciarlos o cargarlos, o que nos hagan un retrato con ellos, sin importar que sean lo más importante del lugar y que parezca que están bien cuidados y viviendo como reyes. Siempre nos rehusamos a contribuir a su sufrimiento.

Entonces ¿por qué visitamos a Chencha y sus elefantes? Por que fuimos a Ran-Tong, una reserva certificada por diferentes organismos internacionales donde lo único que hacen estos gigantes es comer, bañarse, bañarse y hacer del  baño al mismo tiempo, y cargar ligeros bultos (personas) en su espalda peluda por un rato corto. De ahí en fuera solo disfrutan la vida al ser rescatados de circos o de otros lugares en Tailandia y países vecinos.

¡Y qué bien la pasamos! Sobre todo cuando nos metimos con ellos a un charcote de agua estancada, lleno de orina y de caca de elefante, para remojarnos y remojarles la mugre. ¡Delicioso! ¡Tan rico como las pencas de plátanos dominicos que nos arrebataban de las manos y que comían al por mayor! Igual de rico que ponernos unos harapos apestosos que nos dieron al llegar hechos específicamente para meternos en esos charcos sucios. Y aunque montamos a la Chencha a lo mejor una hora en total, nos divertimos mucho cuando perdía el equilibrio y parecía que fuese a caer y rodar por la colina con nosotros en su espalda.

Y llenos de mugre y esperando no enfermarnos de cólera, e-coli, alguna bacteria que nos comiera el cerebro, o mínimo de una buena diarrea, seguimos nuestro viaje por el sudeste asiático. Pero de eso les cuento otro día.

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